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Ser padre o madre implica nuevos desafíos. La modernidad impone jornadas y actividades personales y sociales que no deberían desplazar a la Buena Mesa en casa. Del papel de los padres depende la educación de una nueva generación de comensales dispuestos a disfrutar de una mesa que se antoje y lleve a todos a querer comer.  

 

La mujer actual ya no es, como en otros tiempos, aquella persona que tenía en el hogar todos sus afanes. Hoy puede desempeñarse en una enorme cantidad de opciones profesionales que le permite desarrollar sus habilidades humanas y técnicas para el bien de la sociedad, de su economía y de su comunidad como nunca lo había logrado. 

 

El hombre de hoy ya no debería ser como en otros tiempos, aquel personaje proveedor, asegurador de la estabilidad y protector de su familia a ultranza. Hoy puede ser sensible a las faenas de la casa y debería poder inmiscuirse en actividades que les integren profundamente a las necesidades propias de la educación de los hijos y de su desarrollo como personas como jamás antes nunca sucedió en nuestro proceso histórico humano.

 

La familia, sea como la entendamos, esta en un proceso de cambio importante, y la cocina esta siendo afectada por estos estilos de vida que demandan la organización de las estructuras intrínsecas a ella. Los tiempos del desayuno, comida y cena, parecen adecuarse a un mundo en donde parece cada vez más complicado dedicarle espacio a la buena alimentación, pero esos espacios se deben de cumplir según cada célula. 

 

México es una nación de cocina excepcional en el mundo, pocas naciones cuentan con tal calidad y cantidad de guisos, pero su sociedad urbana, más que la campesina, parece olvidarlo ante las dificultades del estilo de vida tan usual en los entornos modernos. Ni los padres ni las madres de hoy parecen preocuparse demasiado por la buena Educación Culinaria que se debería de imprimir en los niños desde la más tierna edad. 

 

El mundo globalizado en el que vivimos, permite a las nuevas generaciones la posibilidad de conocer delicias de otras naciones, y en las grandes urbes de México es accesible a las familias encontrar recetas nutritivas y sabrosas que animen al bien comer. 

 

Desafortunadamente, el índice de obesidad infantil en México es la mayor del mundo. Ninguna nación está por encima y la gran amenaza, según el El Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, es que los niños sigan siendo obesos en su edad adulta en un 80%, esto es, de cada diez niños con este trastorno, ocho se mantendrán así el resto de su vida. 

 

La obesidad mórbida, que es la forma más grave del sobrepeso, es una epidemia en México según la Organización Mundial de la Salud, pues genera trastornos más complejos en el cuerpo tal y como lo es la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, que producen ataques cardiacos, pero también generan trastornos óseos y musculares y algunos tipos de cáncer. Con base a los datos del gobierno actual, el 70% de los mexicanos padecen sobrepeso y casi una tercera parte padece obesidad. Es una pandemia. 

 

Lo hábitos alimenticios poco saludables, así como la ausencia de ejercicio impulsan la muerte del 32% de nuestras mujeres y el 20% de los hombres en el país. Así que modificar la alimentación es una manera eficiente y maravillosa de alcanzar el cambio que se necesita para que las familias puedan tener miembros sanos, en todos los sentidos. 

 

La tarea no es fácil pero tampoco es tan compleja. Cada miembro de la familia puede poner de su parte. Si la paternidad y la maternidad actual ha cambiado, ¿por qué la filiación de los hijos debería mantenerse igual? Aunque en los primeros años de vida la responsabilidad de una comida apetitosa recae en los adultos, con el tiempo, la participación activa de todos debería ser una responsabilidad compartida, divertida, sana y sabrosa. Si la sensibilidad del hombre ha cambiado y la competencia de la mujer también, porque no apostarle a hijos más participativos en su propia formación. 

 

Querer comer bien debería de ser parte de una Cultura de la Alimentación propia de todos los participantes de una familia. Entre todos se puede hacer una selección de los platillos, nacionales como extranjeros, y cada miembro podría disfrutar de la vivencia de ir por el mandado, al encuentro de los sabores que los mercados, supermercados, tianguis y tiendas de abarrotes despliegan en abundancia, y entre todos se debería de ejercitar el buen gusto de cocinar, poner la mesa y disfrutar de lo elaborado por los integrantes de la familia. Hay que darle su espacio a estos tiempos, disfrutar de la familia y la comida. 

 

Ir a un mercado es una gran aventura, seleccionar las frutas, verduras, granos, hongos, cereales, quelites, especias y cárnicos es divertidísimo pues confronta al espectador con una enorme variedad de opciones que hacen volar la imaginación, más si se hacen adecuaciones a partir de lo que uno puede encontrar en recetarios o en opciones que la tecnología permite a través del TikTok, el Instagram y otras aplicaciones donde se despliegan cientos de ideas para guisar en casa. Así todos pueden aprender a presupuestar gastos y a ajustar sazones con base a los productos de temporada y los afanes y gustos de cada miembro del hogar. 

 

Cocinar y vivir la experiencia de servir la mesa es explorar un mundo delicioso de complicidades y atenciones que se multiplican gracias al amor de quienes participan, puede ser una acción divertida, creativa y hasta de educación y formación económica que ayude en más de un sentido al desarrollo y crecimiento de una familia sana.

 

Querer comer: rico, sano, abundante y en familia debería ser un un suceso de vida significativo para su bienestar, para ella como para un México mejor y más alejado de escenarios malsanos. “Una comida bien equilibrada es como un poema al desarrollo de la vida” dice Anthony Burgess, y sí, más sí con amor se expone en la mesa del hogar.

Autor: Ricardo Bonilla

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